28/05/2024

El posadeño tenía 25 años cuando perdió la vida en el campo de batalla el 28 de mayo de 1982 mientras intentaba proteger a uno de sus soldados. Hoy se lo reconoce como una de las figuras más influyentes en el Ejército Argentino y es catalogado como “un ejemplo de liderazgo, valor y coraje y referente de lo que debe ser un buen soldado”


De niño, Roberto Néstor Estévez, nacido en Posadas, soñaba con ser soldado y luchar como San Martín, su héroe, pero para recuperar la soberanía de las Malvinas. A los 18 años, cumplió el deseo de vestir el uniforme verde que seis años más tarde lo llevó a servir a la Patria, como anhelaba. Y murió vistiéndolo, con 25 años, en la Batalla Pradera del Ganso durante la guerra por las Islas y con el grado de teniente del Regimiento de Infantería 25. De manera póstuma, fue condecorado con la Cruz de la Nación Argentina al heroico Valor en Combate.


"La Dirección de Atención al Veterano de Guerra de Misiones y la Federación Provincial recuerda hoy a los 42 años, la heroica muerte en combate del Teniente Roberto Estévez y sus soldados a cargo en esta misión en nuestras queridas Islas Malvinas. Misionero que se ganó el prestigio en el campo de combate y hoy es un ejemplo a seguir. Calles, avenidas, plazas, escuelas, barrios, clubes, centros vecinales y grupos scouts, entre otros, a lo largo y ancho de nuestra bendita patria, llevan su nombre", recordaron en un comunicado.


El teniente primero nació el 24 febrero de 1957 en la capital provincial. Sus padres fueron José María Estévez, inmigrante español, y Julia Berta Benítez Chapo y fue el séptimo hijo de nueve hermanos. El ciclo primario lo hizo en la Escuela Nº 3 Domingo F. Sarmiento y la secundaria en el Colegio Nacional Nº 1 Martín de Moussy, para luego seguir con su vocación castrense ingresando en febrero de 1975 al Colegio Militar de la Nación.


A 42 años de la heroica muerte en combate del teniente misionero Roberto  Estévez en Malvinas | El Territorio


El recuerdo desde la Federación


Estévez egresó como subteniente del Arma de Infantería el 12 de octubre de 1978. En el año 1981 realizó el Curso de Comandos en la Escuela de Infantería, que a pesar de las dificultades acorde a la máxima instrucción requerida, Estévez continuó el curso por decisión de su instructor Aldo Rico. Se embarcó el 28 de marzo de 1982 en el Rompehielos ARA Almirante Irizar rumbo al sur para participar en un operativo en conjunto con las distintas fuerzas armadas. Pero ese primero de abril de 1982, el Contraalmirante Carlos Alberto Büsser a cargo de la Fuerza de Desembarco y quien desde el buque ARA Cabo San Antonio, en forma radial se comunicó con los demás buques presente para tal operativo, que a su vez, por medio de alto parlantes en cada buque arengó e informó a las distintas dotaciones presentes, la real misión y que sería histórica, la recuperación de nuestras Islas Malvinas después de casi 150 años bajo dominio británico.


El teniente Estévez participó en el desembarco “Operativo Rosario” el 2 de abril de 1982, con el Regimiento de Infantería 25. Para luego ser desplegado con la Compañía C de este regimiento, en Darwin. Falleció el 28 de mayo de 1982 durante el combate en Pradera del Ganso. En Pradera del Ganso, el teniente Estévez recibió su última orden de realizar un contraataque para aliviar la presión sobre la Compañía A del Regimiento de Infantería 12 y restablecer la primera línea de combate. La situación del enfrentamiento era totalmente desfavorable ya que fue durante la noche y en una zona ocupada por fuerzas enemigas, arengando a su tropa comenzó la misión encomendada, bajo un intenso fuego de artillería proseguía con su objetivo. Diversas órdenes se entrecruzaban en medio del fragor de la lucha, logrando bloquear el avance del enemigo, aliviando la presión ejercida por los ingleses y demás aliados.


Durante esta misión el teniente misionero fue herido en la pierna y siguió reglando el tiro de artillería propia hacia el enemigo. Lugo es herido en el hombro y es por ello que ordenó al cabo Castro que continúe dirigiendo el fuego, fue su última orden emanada, ya que es abatido de muerte con un certero impacto de munición, tal vez de un tirador especial enemigo. El Cabo Castro siguió con la misión ordenada, hasta que fue abatido por el fuego enemigo, prosiguiendo el soldado Fabricio Carrascul quien se hizo cargo de la fracción y en ese momento, recibió un disparo que le quitó la vida a este heroico soldado argentino. Finalmente, sin jefes y habiendo agotado todas sus municiones, los hombres de Estévez se replegaron hacia sus posiciones iniciales transportando a sus muertos y heridos, cumpliendo la orden encomendada desde un principio. Es por ello que se le otorga al tenientepos mortem, la Cruz al "Heroico Valor en Combate", la máxima condecoración militar de la República Argentina. Su cuerpo está en el Cementerio de Darwin Islas Malvinas, junto a otros soldados héroes argentinos.


A 42 años de Malvinas: Roberto Estévez honra el juramento - MDZ Online


La figura de Estévez máximo héroe misionero y de la gesta de Malvinas es, una de las más influyentes en el Ejército Argentino, catalogado como un ejemplo de liderazgo, valor, coraje y referente de lo que debe ser un buen soldado de la patria. Recordemos las palabra de María Julia Estévez en la Escuela Provincial Nº 728 “Teniente Primero Roberto Nestor Estévez” de la localidad de Jardín América, quien recordó a su hermano menor Roberto y las buenas virtudes que poseía desde chico, siendo muy aplicado en el colegio, con muchos amigos en la Escuela Normal y de otros sector de la ciudad, además recordaba que desde muy chico a los 4 años de edad aprendió a leer y escribir, hacía distintos dibujos todos ellos de soldados recuperando las Malvinas, además resaltaba lo aplicado y profesional que fue siendo militar, reconocido por sus propios camaradas y veteranos de guerra, sin dejar de recordar la última carta que envió a su padre desde Malvinas, que a estos tiempo ya se hizo viral por el gran contenido patriótico que tiene.


El teniente que sabía que moriría en Malvinas


Lo que sucedió aquella gélida mañana, de alguna manera, lo había presentido: el 27 de marzo de 1982, la noche previa a partir desde el cuartel de Chubut, le escribió de puño y letra una conmovedora carta a su padre (al que apodaban Pipo) en la que reveló sus sentires, pero también se despidió.


“Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor”, aseguró a modo de presagio en la misiva que llegó a manos del destinatario casi 40 días después de su lamentable partida.


El último día en la vida de “el teniente” -como aún lo recuerdan sus soldados- fue muy duro. Cerca de las 2 de la madrugada, los estruendos de los misiles interrumpieron el descanso de la tropa que comandaba. Los enfrentamientos se iniciaron tres horas después y terminaron con el rendimiento de los argentinos cerca de las 10 de la mañana.


“Hasta los ingleses que combatieron contra mi hermano reconocen aún su valor y manera de pelear. Sus soldados, que se reúnen cada año, todavía recuerdan todo lo que les enseñó: a ser unidos, a cuidarse mutuamente, a ser compañeros”, resume el legado María Julia Estévez, hermana de Roberto, en diálogo con Infobae en una entrevista publicada en febrero pasado.


Mientras controlaba que cada uno de los combatientes estuvieran a salvo en los fosos, el teniente recibió un disparo en una pierna, luego otro que le dejó el brazo izquierdo colgando. Así y todo, llegó como pudo a ver cómo estaba Sergio, un soldado, y mientras le ordenaba que tomara el casco de un compañero caído para protegerse la cabeza (ellos usaban sólo boinas) otro disparo le entró en el pómulo y lo derribó. Murió desangrado. Su cuerpo ya sin vida, a la vez, hizo de trinchera y recibió infinidad de impactos. Tantos que lo dejaron irreconocible.


Cuando los ingleses dieron la orden a los argentinos de levantar los cuerpos de los caídos para sepultarlos, costó levantar el de él, que quedó diseminado. Pero un soldado lo reconoció por la manera, tan distintiva, en la que llevaba atados los borceguíes.


“Estuvimos más de un mes sin saber nada de él y mi papá estaba seguro de que estaba muerto. Me enteré junto a otro hermano viendo la tele: un soldado que ya estaba en el continente y que era de su Regimiento lo nombró y dijo que había caído en combate. Nadie nos avisó nada...”, recuerda con profunda tristeza.


El pasado sábado 24 de febrero, al cumplirse 67 de su nacimiento, se realizó una ceremonia para homenajearlo en la plaza que lleva su nombre en el barrio Nueva Gruta de Fátima I, Rawson, San Juan. Desde su muerte, se lo reconoce como una de las figuras más influyentes en el Ejército Argentino y es catalogado como “un ejemplo de liderazgo, valor y coraje y referente de lo que debe ser un buen soldado”.


Hermano cariñoso y alumno rebelde
A los 4 años, Roberto comenzó a leer. Su papá lo alentaba a interesarse en los libros y en los diarios, por eso, se tomaba el tiempo para hojear todos los días el matutino que llegaba a la puerta de la casa antes de salir al colegio. Le importaba saber qué pasaba en el mundo y era un buscador de respuestas constantes.


Eso lo llevaba a ampliar los conocimientos que le daban en la escuela porque todo lo que le enseñaban le era insuficiente.


“Le pasaba eso mientras estaba en la primaria y en la secundaria, y no le caía bien a los docentes porque siempre les cuestionaba. Tuvo algunos problemas con una profesora de Historia, porque hablando de no sé qué en una clase, él le corregía las fechas porque, claro, leía mucho y sabía de todo, pero como alumno era un poco insoportable... —se ríe— ¡Había que estar en el lugar de la profesora también!”, recuerda los tiempos en los que Roberto llegaba a la casa, en Posadas (Misiones) bastante encabronado porque por demostrar sus conocimientos se ganaba más retos que felicitaciones.


Su padre, Pipo, lo hacía entrar en razones y le explicaba que debía respetar a los docentes y no contradecirlos, al menos para no pasarla mal en la escuela. Ese carácter confrontativo cambió cuando llegó el momento de presentarse en el Colegio Militar, adonde soñaba estudiar.


“Desde chico quería ser militar, el gustaba el uniforme y su héroe era San Martín, quería ser como él. Además le gustaba mucho dibujar, lo hacía muy bien, y todos sus personajes eran militares. Él era el jefe e iba a ir a recuperar las Islas Malvinas, no sé cómo, pero con sólo 4 años decía eso y los más grandes (le llevo 7 años), le decíamos que sí”, recuerda la mujer que mientras habla de “Toto”, como lo apodaban, ríe, se emociona y hasta hace pausas largas en las que su mente vuelve al pasado.


Se preparó un año, rindió los exigentes exámenes de ingreso y en 1978 entró a la Escuela de Infantería, en Buenos Aires. Dejó su Posadas natal y partió con una valija con algo de ropa y algunos libros. “A la semana le pedí que regresara, que eso no era para él porque para mí los militares eran todos cuadrados y en esa carrera me parecía que desaprovechaba todo su potencial. ¡Era muy inteligente! Y le decía que podría ser abogado, ingeniero o lo que quisiera y que ya recibido de una carrera podría entrar a la Escuela Militar y trabajar allí, pero no quería”.


Al mes, María Julia (luego de ahorrar dinero para viajar) lo visitó. “¡Cuando lo vi...! ¡Estaba flaco! ¡Era puro ojo y la ropa le quedaba enorme...! Le hablé para que se volviera conmigo, casi me muero al verlo así... Lo invité a pasear por la Avenida Corrientes y lo único que me pidió fue comer algo rico porque en el liceo la comida no le gustaba, así que comimos bien, pedimos postre. Fuimos al cine y nos quedamos horas mirando libros...”, recuerda uno de los momentos más felices que compartió con su querido hermano.


El joven comenzó su carrera y religiosamente, al menos una vez al mes llegaba el cartero con novedades. “Llegaba un sobre de carta a nombre de mamá y adentro había una carta para cada hermano, que éramos siete. Aunque sea media carilla, pero nos escribía a cada uno. Él era muy familiero y un hermano muy cariñoso”, cuenta sobre la correspondencia que guarda como sus tesoros.


Hizo su carrera como soldado de la Infantería y se preparó para ser comandante de las Fuerzas. En diciembre de 1981, Roberto regresó a Misiones para pasar unos días con su familia y cuando estaba por emprender el regreso al Regimiento de Infantería de Monte 9, en la localidad de San Javier, le anticipó a su padre que “algo importante vendría”.


“Estoy segura de que sabía que se iba a recuperar las Islas y él ya se había formado como comando y quizás durante la preparación les dijeron o dieron a entender algo”. Esa fue la última vez que lo vieron. La próxima vez que supieron de él, ya estaba en Malvinas.


Luego fue destinado al Regimiento 25 de Colonia Sarmiento, Chubut -que viajó completo a Malvinas- y que estaba al mando de Mohamed Seineldín. “A él le tocaba volverse a Posadas, pero pidió seguir un año más y le tocó la guerra. Estoy segura que lo pidió porque sabía lo que pasaría y quería estar. Sé que fue a las Islas sintiendo que iba a recuperarlas y por eso fue feliz”, considera.


Pero nunca le contó a su familia que iría a pelear a esa guerra. Su padre lo supuso. “No recuerdo la fecha, pero mucho después, Roberto se comunica con papá a través de un radio aficionado y le cuenta que estaban Malvinas y que estaba más que contento. Y papá estaba feliz también porque lo escuchó bien, pero obviamente estábamos muy preocupados porque era una guerra”.


A los dos años de haber entrado a la carrera militar, la mamá murió y los sobres de las cartas fueron a nombre de Roberto Estévez padre ya en Malvinas. Cada hermano las recibía en su casa. La última que recibió María Julia tiene fecha del 26 de mayo de 1982. “Contaba cómo estaba, que los ingleses tiraban misiles y no los dejaban dormir. Aunque nunca se quejó, contaba que a veces la comida no les llegaba y se la tenían que rebuscar y que incluso cazó unas aves para darle de comer a los soldados”, cuenta sobre la manera en que su hermano evitaba preocupar a su familia.


Esa carta llegó en algún momento de junio. La mujer no recuerda la fecha exacta. Pero los días se hicieron semanas y no hubo más cartas. No hubo llamadas ni nadie hablaba sobre Roberto. Marta, su novia, una estudiante de Medicina, trabajaba en un hospital como voluntaria y buscaba los listados de heridos y fallecidos, su nombre no estaba en ninguno.


Pasó un mes hasta que María Julia y otro de sus hermanos, José María, comían una pizza en su casa mientras miraban la señal de la TV Pública, entonces ATC, que transmitía desde el continente y entrevistaban a los soldados que iban llegando. Miraban constantemente ese canal para ver si lo veían.


“Mi papá me llama un día y me dice que era imposible que no se comunicara en tanto tiempo, que seguro estaba muerto... Yo le daba mis conjeturas más absurdas para distraerlo y que no pensara en eso... Pero tarde, ya había pasado más de un mes, recuerdo que era a fines de junio, que entrevistan a unos chicos y uno de ellos cuenta que eran del Regimiento 25 de Sarmiento, Chubut. ¡Casi se nos cae la pizza! Subo el volumen... Le pregunta el periodista al chico dónde combatieron, seguido de quién es el jefe y le responde: ‘¡Nuestro jefe fue un gran tipo!’... En pasado... y agrega ‘era el teniente Roberto Estévez, que perdió la vida en combate...’... Pegué un grito... ¡Así nos enteramos que nuestro hermano había muerto”.


José María fue de inmediato a ver al padre, esperando que por la hora, Pipo estuviera durmiendo la siesta. Al llegar, ya había vecinos en la puerta de la casa queriendo saber qué había sucedido. “Papá nunca nos contó cómo se enteró, si tenía la tele prendida y se durmió o si se hizo el dormido cuando José llegó. No queríamos que se enterara de esa manera..”, lamenta.


Lo que siguió fueron los reclamos al jefe de la Brigada por no haber avisado como correspondía a la familia. Por medio de un cuñado, finalmente llegó a la casa el telegrama oficial que daba cuenta de que murió en combate el 28 de mayo en la Batalla Pradera del Ganso, la más sanguinaria que sucedió en esa despiadada guerra.


Desde ese día, Pipo no volvió a ser el mismo. “No pudo soportar la muerte de Roberto y lo sobrevivió cuatro años. No quiso festejar más navidades ni cumpleaños, nada. Cuando nos reuníamos iba, para cumplir, se quedaba un rato y se iba. Una mañana, la mujer que lo cuidaba me llamó para decirme que no se quería levantar ni comer... Fui a verlo y me dijo: ‘No quiero vivir más, ¡ya está!’. Fue muy duro para él la muerte de mi mamá, pero se repuso, pero no pudo con la muerte del hijo. Él quería morirse tranquilo en su cama, lamentablemente quedó deshidratado y hubo que internarlo, y murió ahí... A mí me consuela saber que pelear por recuperar las Islas era lo que más quería”, explica.



María Julia se quiebra ante los tristes recuerdos y vuelve a la carta. “Cuando supimos que había muerto fuimos al Regimiento a buscar sus cosas con otro de mis hermanos y la novia. Un jefe lo llama aparte, va a la oficina y regresa blanco, casi sin poder hablar... Me muestra la carta que le dejó a papá. No la leímos. A Marta le dejó otra...”.


Esa carta fue un golpe duro para Pipo y no dejaba de leerla en busca del consuelo que jamás pudo encontrar.


La conmovedra carta



Querido Pipo,


Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión! ¿no es cierto?


¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.


Lo único que a todos quiero pedirles es: 1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo, 2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante; 3) que recen por mí.


Papá, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española; gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.



Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.



Un fuerte abrazo.



Dios y Patria ¡O muerte!



Roberto


 


Fuente: El Territorio

DEPORTES