El Pontífice llamó a construir una Iglesia sin despreciados y una humanidad unida por el mandamiento del amor. Criticó el individualismo moderno y denunció los feminicidios como fruto de relaciones “intoxicadas por la voluntad de dominar”.
El papa León XIV presidió la celebración del Domingo de Pentecostés ante miles de fieles reunidos en una soleada Plaza de San Pedro. Desde el altar mayor, el Sumo Pontífice exhortó a “abrir las fronteras” interiores, relacionales y culturales, dejando actuar al Espíritu Santo como fuerza transformadora capaz de disolver el miedo, el egoísmo y los prejuicios.
Inspirado por el relato de los Hechos de los Apóstoles, el Papa recordó que el Espíritu “desciende como un viento impetuoso” para sacudir nuestras certezas y movernos al encuentro. Citó a Benedicto XVI para reforzar su mensaje: “El Espíritu Santo supera la ruptura iniciada en Babel y abre las fronteras”.
León XIV propuso una Iglesia “sin muros ni despreciados”, en la que todos puedan saberse hermanos y hermanas “libres en Cristo”. Lejos de un discurso ritual, el Papa trazó una hoja de ruta con tres claves: abrir fronteras en el interior de cada persona, en nuestras relaciones cotidianas y entre los pueblos.
Contra la soledad digital y el individualismo
“La primera frontera que el Espíritu abre es la del corazón humano”, sostuvo León XIV. Advirtió sobre el riesgo de una vida “absorbida por el individualismo” y expresó su preocupación por la soledad creciente en una era de hiperconexión: “Es triste observar cómo, en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar más solos”.
En su diagnóstico, el Pontífice habló de una existencia vacía, camuflada por máscaras sociales, en la que millones vagan “como viajeros desorientados y solitarios”. Frente a ese panorama, afirmó que el Espíritu “nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida”: un camino hacia el amor auténtico, hacia el encuentro con uno mismo y con Dios.
Relaciones sanas frente al dominio y la violencia
El Papa subrayó que el Espíritu también actúa en las relaciones humanas, impulsando vínculos sanos y auténticos. “Cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos”, aseguró. Llamó a vencer las rigideces y el miedo al diferente, denunciando sin eufemismos la violencia de género.
“Pienso también —con mucho dolor— en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio”, dijo. Fue uno de los pasajes más firmes de su homilía, en medio de una creciente ola de asesinatos de mujeres en Europa y América Latina.
Pentecostés: la unidad en la diversidad
El Pontífice cerró su mensaje evocando la fuerza integradora de Pentecostés. “Las lenguas no dividieron, sino que unieron”, dijo. Frente al caos de Babel, el Espíritu ofreció armonía. Para León XIV, ese mensaje es hoy más urgente que nunca: en un mundo marcado por las guerras, el racismo y el desplazamiento forzado, el mandamiento del amor se vuelve imprescindible.
“La diversidad ya no es ocasión de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos”, afirmó. Y convocó a la comunidad cristiana a derribar los muros de la indiferencia: “El Espíritu rompe las fronteras y abate los muros del odio”.
Fuente: NA