Un martes gris y lluvioso en la capital misionera, la eximia escritora Olga Zamboni dejó de existir físicamente. Su legado, sus ideas y sus pasiones permanecen latiendo en cada uno de sus libros. Por más de 40 años, la docencia y la poesía se convirtieron en la razón de su existencia.
Con gran tristeza, amigos, colegas y familiares la despiden hasta hoy a las 10 en el Museo Municipal Lucas Braulio Areco, en la planta baja del Palacio del Mate (Rivadavia 1864). Según informó su hermano Rubén, los restos de Olga serán cremados por deseo de ella.
Gracias a su destacada generosidad, El Territorio tuvo la oportunidad de acercarse a la escritora quien brindó largas charlas en su casa llena de libros, colores y fotografías de viajes por el mundo.
En la última entrevista publicada en noviembre del año pasado, Olga presentaba a su último libro, Río de memorias y silencios, tras superar una trombo embolia pulmonar que la dejó un mes en terapia intensiva.
En esa obra, Olga expresó su madurez literaria definiendo conceptos existenciales. “A la muerte la veo como algo natural, inmersa en la vida. Hay muerte porque hay vida. Y la veo como un gran misterio. Nadie sabe si hay algo detrás. Es un suceso que a todos nos espera, y uno tiene que estar preparado”, dijo la literata.
Nacida en Santa Ana el 17 de octubre de 1938, fue la mayor entre cinco hermanos. Su amor y su compromiso por Misiones lo plasmó en cada una de sus obras. Miles de estudiantes, ayer y hoy, leyeron algunos de sus libros y algunos incluso tuvieron el honor de tenerla como mentora.
Como profesora de letras, comenzó siendo maestra rural en la Escuela 19 de Jardín América. Luego, ejerció la docencia en todos los niveles educativos, y coordinó talleres literarios.
Olga tenía una amplia trayectoria en la escritura. Sin embargo, comenzó a publicar tardíamente, a los 30 años de edad. Publicó en poesía, además de una docena de títulos en narrativa y antologías.
En 2003, fue designada miembro de la Academia Argentina de Letras. Además, fue distinguida con diversos premios por su trayectoria profesional: Arandú Consagración y Vencejo de Oro, entre otros. Realizó conferencias internacionales y viajó por el mundo.
En sus propias palabras, Olga definió su trayectoria: “He hecho una vida bastante completa, hice lo que quise, publiqué un montón de libros, me dediqué a lo que quise, viví de lo que quise. Entonces considero que mi vida está en cierto modo cumplida. Pude vivir de una profesión que me gusta”.
Colega y mentora
Su amigo y vecino Rodolfo ‘Rolo’ Capaccio expresó a El Territorio: “Tengo un enorme pesar. Creo que la provincia y la región pierden a una escritora y una persona dedicada a la literatura muy importante. Creo que ella hizo de las letras la dedicación de su vida y, sobre todo, la docencia. Formó a mucha gente y eso es un trazo imperecedero”.
Además, el profesor Capaccio colaboró en el último libro de Olga con una fotografía de su autoría, lo cual fue “una gran satisfacción”. Y luego, la describió: “Fue generosa en volcarse siempre a la gente que quería aprender y perfeccionarse en la práctica de la escritura y la literatura”.
Para el joven escritor Sebastián Borkoski, Olga fue su brújula y ocupó el rol de madrina en el proceso de escritura de sus tres libros, incluso elaboró el prólogo de Cetrero Nocturno. “Ella fue la primer persona que me ayudó en toda esta aventura literaria en la cual me embarqué. Ella me subió al barco”, dijo Sebastián.
Olga fue la primera en leer los manuscritos de sus primeras piezas literarias: “Fue la que dio la aprobación y con muchísima buena voluntad y amor, sin conocerme, se ofreció a leerme. Eso demuestra su grandeza como persona”.
Además, la escritora ya había sido maestra de la madre de Sebastián y mantenía una estrecha relación con la familia: “Siempre fue una voz que yo tomé en cuenta en todo lo que hacía. Sus opiniones eran valiosísimas para mí. Aconsejando y dando fuerza cuando era necesaria. Nunca había pensado escribir cuentos hasta que ella me lo dijo. Eso me cambió la vida”.
Y luego agregó: “Seguirá viva en sus libros y en sus obras. Es una pérdida muy grande para la literatura misionera porque ella seguía escribiendo y tenía muchas cosas para decir y para compartir con los misioneros; espero que tenga el reconocimiento que merece realmente”.
Hermanas de la poesía
Con el título Despedida a Olga, la reconocida escritora y docente misionera, Rosita Escalada Salvo, dedicó unas palabras a su amiga: “En uno de sus poemas, Olga expresó que le hubiera gustado nacer árbol, florecer en octubre -mes de su cumpleaños- y crecer en una selva fragante. En otros dos versos agregó: ‘Hundir mis raíces bien hondo/ para burlarme de la muerte’. En verdad, esta amiga y colega de las letras fue un verdadero árbol, bajo cuya protección y asesoramiento varios noveles escritores se animaron a publicar. Y sus raíces estarán aferradas para siempre a la tierra misionera”.
Y concluyó: “Despido a quien compartiera tantos caminos, con sus propias palabras: ‘Alguna vez mis ramas tocarían las nubes/ extenderían su abrazo hasta el lucero…’. Gracias Olga por tenderme la mano cuando lo necesité”.
Desde una profunda tristeza, su amiga del alma y hermana de la poesía Numy Silva, expresó: “Nos quisimos mucho y compartimos muchas cosas, desde las risas hasta las lágrimas. La recuerdo con mucha alegría, con sus viajes, sus anécdotas, sus aventuras de amor. Fue una mujer que amó la vida”.
Sobre su aporte invaluable a la cultura de Misiones, la actriz y escritora consideró: “Es una pérdida importante. Es una de las más grandes exponentes de la literatura. Incentivó el talento de muchas personas. Con su vida nos enseñó el valor de la libertad. Ella eligió lo que quiso en la vida”.
Luego, recordó la última anécdota en compañía de Olga: “El domingo pasado almorzamos juntas. Tomamos mate, charlamos, leímos poesía y nos hemos despedido con un brindis por la vida, por la amistad y por todo lo que somos”. Numy estuvo en los últimos minutos de vida de la escritora y con una canción en guaraní, escuchó el suspiro final.
En uno de sus epitafios publicado en el último libro, Olga describe sus anhelos: “Nadie me llore ahora / Algo de mí, quizás lo mejor, sobreviva/ en un jazmín, una brizna/ de la tierra y el aire/ que en amor contuvieron los sorbos de mi vida”.
Olga nació el 17 de octubre de 1938 en Santa Ana, hija de Tito Tomás Zamboni y Ana Branchesi. Especialista en Literaturas clásicas y Literatura regional, editó una decena de libros, además de integrar numerosas antologías de poesía y cuentos.
Era la única escritora misionera miembro de la Academia Argentina de Letras, recibió el premio Arandú consagración en letras en 1997, el Premio Secretaría de Cultura de la Nación a la producción literaria 1982-86 por su libro “Poemas de las Islas y de Tierrafirme” y el “Vencejo de Oro” en Puerto Iguazú en 2012, entre otros muchos galardones.
Algunas de sus obras son “Latitudes” (poemas, 1980); “Poemas de las Islas y de Tierrafirme” (1986), “Tintacuentos” (1988), “El Eterno masculino” (poemas, 1993), “Mitominas” (poemas, 2003) y “Variaciones para un verano” (2013), novela con la que ganó el primer premio del certamen literario de la Sadem de ese año.
Fuente: El Territorio